Domingo 21 de noviembre, 2:32 hrs.
Subió el pestillo de la puerta decididamente. Se reviso el bolsillo de la chaqueta… la billetera estaba ahí, también tenía el celular en el bolsillo: todo bien, nada faltaba.
Al salir activo la alarma, nunca se dio vuelta a mirar el Citroën negro, y ya se lo habían reprochado antes, debía darse vuelta, chequear por última vez que todo estaba bien en vez de darle la espalda y enfilar rumbo a la enorme casa, pero él se sentía seguro, el sedan negro estaría ahí a volver.
El exitoso ingeniero cruzo el patio y circundo la piscina hacia la entrada posterior. Se sacudió los pies. Paso directamente al baño y aprovecho de dar el grito de alarma: “¡Gorda, llegué!”
Se lavo las manos. Le gustaba la primavera porque el agua de la llave se sentía más tibia, más gentil. Aprovecho de salpicarse un poco la cara, sentía somnolencia pegada a los parpados. ¡Sangre! ¿De dónde había salido? Tenía un par de gotas en la camisa y otro par en la chaqueta, apenas visibles. Se toco la cabeza. El pelo corto le permitía apreciar el color de la piel por debajo de los pelos castaños. Ahí estaba, un moretón en la parte anterior de la cabeza, sellado por una costra a mal finalizar, seguramente se la había pasado a llevar al lavarse la cara. ¿Pero de donde había salido la costra? No recordaba ningún golpe fuerte. Se dio cuenta repentinamente que sentía un ligero dolor de cabeza detrás del resto de las sensaciones, así como un paisaje de fondo. Intento hacer memoria, pero se interpuso la imagen de un plato con arroz y pollo. Se prometió hacer memoria durante el almuerzo.
Calentó el pollo frio que había dejado Raquel, la fiel nana que viva con la familia. Extrañamente no estaba en la casa. “¡Raquel! ¿¡Donde estai!?”. Prendió la tele: accidentes de autos, para variar, otro tipo con plata había estrellado su auto contra un poste, que novedad. Se sentó a la mesa y comenzó, lentamente, a comer. El pollo sabía raro, sabía a viejo. El arroz también ahora que lo pensaba. Pero esa parte de hombre cromañón que genéticamente lo seguía a través de evoluciones y adaptaciones lo convenció de devorar completamente la comida. Miro el reloj de la cocina que su suegra le había regalado: 3:14. Le quedaban casi tres cuartos de hora para jugar contra el paquete del Becker, seguro le ganaría.
Tomo el bolso, reviso las raquetas dentro de él, reviso el agua, las pelotas, la billetera y el celular, no faltaba nada, todo estaba bien. Salió, camino hacia el garaje. Extrañamente no estaba el Citroën ¿Por qué no estaba? Lo había dejado ahí mismo hace más de una hora. Decidió usar el Fox, después de todo, ya iba atrasado. ¿Porque no estaba la Paulina en la casa con los niños? Nunca se había a detenido a pensar en eso, básicamente faltaba toda su familia: extraño. O lo seria mas si no tuviera un millón de explicaciones: extra programáticas, compra de materiales, cumpleaños, y todo lo relacionado con niños. Ya lo resolvería de vuelta de la victoria segura.
Llevaba menos de un minuto manejando cuando vio un accidente, parecía reciente, pero no tanto. Parecía que era el mismo de las noticias, alcanzo a avistar un par de bolsas plásticas en el piso, dos grandes y una pequeña. “De seguro una familia”, pensó. Lo lamento un par de segundos y piso el acelerador. Las balizas y las bolsas plásticas quedaron atrás.
En el camino se río un poco imaginándose la cara del Becker cuando le metiera el séptimo ace, cantó “can’t buy me love” de Los Beatles y le toco la bocina a un imbécil que se cruzo sin avisar.
Llego a las canchas diez minutos tarde. Ni rastros del Becker. Miro el reloj: 4:13. Podía ser muy malo para el tenis, pero el guatón nunca llegaba tarde. Semi-indignado se dirigió a la caseta del guardia.
- “¿No se habrá paseado por acá Fernando Becker?”, le pregunto.
-“Don Fernando… no que yo recuerde, pero tiene una reservación para la cancha 3 para mañana Lunes, con usted justamente”, respondió el encargado.
- “querrá decir para hoy lunes”, le dijo distraídamente mirando las canchas por si ese cobarde se dignaba a aparecer.
-“Pero señor…” le dijo el guardia mirándolo extrañado, sumergido en humildad, “si hoy es Domingo, Domingo 21, no creo que Don Fernando venga hoy, el viene mañana Lunes”.
“Ya hombre, si ya lo escuche” replicó “cómprese un calendario, puede dejar la grande andando así de perdido, y dígale a “Don Fernando” que me fui con la Mónica al mall si es que aparece más tarde”.
“Claro señor, yo le digo, con… Mónica. Disculpe el atrevimiento señor, pero su esposa no se llama Paulina”, dijo arrepintiéndose inmediatamente el vigilante.
“Si, Paulina… que bien que sepa…” le dijo volviéndole la espalda y dirigiéndose al auto. “La esposa del Becker se llama Mónica”
Al llegar a la casa se dio una ducha rápida, se volvió a raspar la costra, comenzó de nuevo a hacer memoria. “¿De dónde habrá salido esta lesera?” se preguntaba.
Salió de la ducha sin respuestas pero con hambre, y volvió a dirigirse a la cocina. Se preparo unos fideos rápidamente y grito al aire: “¡Paulina! ¿¡Sebastián!?” Nada. Ahora si le parecía extraño, miro el reloj de la cocina por segunda vez en el día: las 5:02. Debería por lo menos haber uno de sus dos hijos en la casa, por lo menos la pequeña: Mariela.
Mientras se comía los fideos, advirtió El mercurio en el mueble adyacente. Lo tomo, accidentes, ministros, ladrones, lo usual del domingo. ¿Del Domingo? Miro la fecha: domingo 21 de noviembre. Nadie se digno a comprar el diario del día.
Decidió tomar una siesta, esto de trabajar en la casa era de lo mejor. Se hecho en la enorme cama y comenzó a recordar aquellos días en la U estudiando Geología. Se hundió en un mar de tribulaciones vagas, cosas ciertas, cosas falsas, postes, metales y huesos. Algo iba rápido en su sueño, algo iba rápido y mal, muy mal.
Se despertó sudando. La pieza estaba en penumbras. Se miro el reloj: 9:01. Las noticias. Prendió el plasma, y extrañó el calor de su esposa a su lado. Se paró para ir a buscarla, pero no se demoro nada en encontrarla, estaba ahí, dentro del plasma, su cara estampada en la tele con el signo de 24 horas bajo ella. Le extraño verla ahí, tanto le extraño que quedo en shock ¿Qué hacia su esposa en el noticiero central? Y de repente el martillo tomo vuelo en el aire y se estrello de pleno en su cerebro descubierto. Mientras recordaba a la Paulina sentada junto a él en el sedan negro, vio la foto del Citroën en las noticias… bueno, lo que quedo. El lado del pasajero no existía, en vez de él, había un poste.
Su costra se humedeció y todo volvió de golpe. El peso de los recuerdos le hizo caer de rodillas, con los ojos abiertos al cielo. No lloraba, no existía. No ahí, sino que antes, el estaba en el sedan negro, camino a casa, con la Paulina a su lado, y atrás el Seba con la Mariela.
¿Por qué justo ese día había decidido ir a buscarlos al colegio?
Todo parecía claro de repente, lo entendió. Las bolsas no eran una familia. Era el seba que se había pegado el estirón de los 17, alcanzando a la Pau.
Y se vio a sí mismo, feliz manejando, cuando un imbécil familiar se le cruza, lo esquiva, pero el que se le cruza ahora es el poste. A 80 el poste llego casi al asiento de atrás. El saco la cabeza del airbag, la sacudió, se reviso el bolsillo: tenía la billetera y el celular, todo estaba bien, nada faltaba.
Miro las noticias de nuevo, estaban dando la entrevista del domingo. El pollo sabía raro porque la Raquel lo había hecho el viernes, al igual que el arroz.
Al bajarse del auto no miro atrás, no vio a la gente correr hacia él, y no los vio llamar a carabineros, no vio que no le puso la alarma porque no había auto. No vio porque no quiso.
Fue a preparar la maleta de las raquetas: mañana jugaba contra el guatón Becker y no podía perder.
Dejo todo listo, salió, tomo el Volkswagen Fox y a 120 se lanzo martiricamente contra el poste ensangrentado donde había dejado el sentido de su vida 12 horas atrás.